Un poderoso califa de Bagdad tenía un espléndido caballo árabe, del que el jeque de una pequeña tribu vecina estaba encaprichado. Éste le ofreció un gran número de camellos a cambio; pero el califa no quería desprenderse del animal. Esto hizo enojar al jeque de tal modo, que decidió conseguir el caballo fuera como fuera, incluso con el engaño.
Sabía que el poderoso califa solía pasearse con su caballo por un camino determinado. El jeque, disfrazado de mendigo, se estiró por el suelo, simulando estar muy enfermo. El califa, que era un hombre de buenos sentimientos, sintió lástima y, descabalgando, se ofreció para llevarlo al hospital.
—Desgraciadamente —dijo, lamentándose el falso mendigo—, llevo días sin comida y no tengo fuerzas para levantarme.
Entonces, el califa lo levantó con mucho cuidado y lo montó sobre el propio caballo. Pero, en cuanto el falso mendigo se encontró sobre la silla, huyó a galope. Cuando ya se encontraba a una distancia suficiente, se detuvo y por burlarse de su perseguidor, daba la vuelta al caballo.
—¡Está bien, he caído en la trampa! —gritó el califa—. Ahora, ¡sólo tengo que pedirte una cosa!
—¿De qué se trata?
—preguntó el jeque, llamando a él también.
—¡Que no cuentes a nadie cómo has conseguido hacerte con el caballo!
—¿Y por qué no debería hacerlo?
—Porque un día un hombre puede estar realmente enfermo, extendido al borde del camino, y, si la gente conoce tu engaño, ¡quizás pasará de largo y no le dé ayuda!
ANTHONY DE MELLO