El famoso cardenal Journet contaba: —Durante mucho tiempo, cada día estuve viendo pasar a un hombre frente a la ventana de mi casa. A veces me cruzaba con él por la calle. Su existencia no suscitaba en mí ninguna duda y me eran familiares sus pasos. Pero de sí mismo, yo lo ignoraba todo. Sólo podía decir: —Creo que lo vi ayer o antes de ayer.
Un día, ese habitual paseador llamó a mi puerta:
—Tengo que hablar con usted. Tengo un secreto que no puedo callar por más tiempo. ¡Escúcheme, por favor!
El desconocido me dijo quién era. Salió del anonimato. Se me reveló. El pensador descubre la existencia de Dios, pero se trata del "Dios de los filósofos." Afirma su existencia y sus vestigios en la creación, pero resulta un ser lejano y misterioso.
Sin embargo, el cristiano, por humilde que sea, ha entrado en la intimidad divina porque Dios ha venido a su casa y ha hecho en él su estancia. Dios se le ha revelado como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Le ha dado a conocer su Nombre, su designio sobre el hombre, su paciencia inalterable y su ternura. Más aún, le ha dado a conocer su intimidad más oculta.
AL EMPEZAR EL DÍA. LA SALLE