Únicamente una pequeña sonrisa en tus labios alegra tu corazón,
te mantiene de buen humor, lleva paz al alma, conserva tu salud, embellece tu rostro,
suscita buenos pensamientos en ti, e inspira buenas acciones.
Sonríete a ti mismo hasta que no te des cuenta de que tu habitual seriedad
o eventual severidad ha desaparecido;
sonríete a ti mismo hasta que tu corazón se caliente con un rostro radiante.
Luego corre a regalar tu sonrisa a los demás,
porque ahora tienes la misión de sonreír en nombre de Dios.
Ahora eres un apóstol, y tu instrumento de conquista es la sonrisa.
Sonríe a los rostros desolados, a los tímidos, a los tristes y a los enfermos,
a los rostros llenos de frescura y juventud, a los viejos y llenos de arrugas.
Sonríe a tu familia, a tus amigos, y regala tu rostro radiante a todos.
Si quieres, lleva la cuenta, durante un día, de las sonrisas que tu sonrisa ha despertado;
y esos cuentos te dirán cuántas veces has suscitado, en el corazón de los demás,
alegría, satisfacción, coraje, confianza.
Piensa que tu sonrisa puede llenar de esperanza una vida y
energizar el corazón de aquellos que están cansados, oprimidos, tentados, desesperados.
Y sonríe también a Dios. Sonríe a Dios en amorosa aceptación de lo que él disponga sobre tu vida
y merecerás disfrutar de la paz de un Cristo lleno de luz, que te sonreirá con amor por toda la eternidad.
Todo por Cristo, por medio de María, con una sonrisa.
CARDENAL CUSHING, ARZOBISPO DE BALTIMORE