Recuerdo un caso que viví y estoy seguro de que muchos pueden contar casos similares sobre lo que es el auténtico amor. Hace años, en una de las tres parroquias que tuve en mi vida como sacerdote, había una pareja de jóvenes muy buenos, Emili y Llúcia.
Ella tenía unos ojos hermosos y estaban profundamente enamorados. Contrajo meningitis y estuvo muy grave. Temían que de esa enfermedad quedara ciega, y al final perdió la vista. Esos ojos ya no transparentaban la belleza de antes: estaban muertos. Y en la parroquia se preguntaban:
—Y ahora, ¿qué hará Emili si su prometida se ha quedado ciega para siempre?
Cuando Emili supo que Llúcia se había quedado ciega, le prometió que le sería fiel hasta la muerte.
Le dijo: —Te amo por lo que eres, no por cómo estás, sino por lo que eres.
Vinieron a verme esa noche a mi casa.
Y me dijeron: —Venimos a hablarle de nuestro noviazgo.
Yo temí lo peor.
Y Emili me dijo: —Acabo de prometerle a Llúcia que nos casaremos mucho antes de lo que habíamos previsto.
Hace unos meses vinieron a verme. Son felices y Dios los ha bendecido con hijos. Han sido felices porque supieron amarse "no por lo que tienes o por cómo estás, sino —como él decía— por lo que eres".
En esto también el amor humano auténtico se asemeja al amor de Dios. Dios no nos ama por lo que tenemos. Nos ama por lo que somos, sus hijos, hijos adoptivos, pero hijos al fin y al cabo. Y el corazón de Dios es más fuerte que cualquier amor humano.
RICARD M. CARLES, CARDENAL EMÉRITO DE BARCELONA