Un día, mientras caminaba por la orilla del mar, vio una figura que parecía como si estuviera bailando. Se acercó y era un joven que recogía estrellas de mar y las devolvía al agua una a una.
—¡Hola! —le dijo el joven con una risa y sin dejar su tarea.
—¿Por qué haces esto? —le preguntó el escritor lleno de curiosidad.
—¿No ves que ha bajado la marea y el sol brilla con fuerza? Si estas estrellas se quedan aquí en la arena, morirán.
El escritor pensó que la intención era buena, pero con escepticismo le dijo:
—Pero, muchacho, hay miles y miles de playas repartidas por todo el mundo. Debe de haber cientos de miles de estrellas de mar en la arena. ¿Qué importancia puede tener lo que estás haciendo?
El joven miró al escritor, recogió otra estrella y la lanzó al agua, miró nuevamente al escritor:
—¿Ves? ¡Para esta sí que tiene importancia!
Esa tarde, el escritor no escribió ni una línea. Por la noche apenas podía dormir. Temprano, al amanecer, fue a la playa. El joven ya estaba allí, nadaba vigorosamente, pero salió a encontrarlo.
Juntos, bajo el sol tierno de la mañana, sin decirse nada, empezaron a devolver estrellas al mar.
Michel Dufour