Una vez, cinco ciegos coincidieron frente a un elefante, un animal que no conocían, y se dispusieron, de repente, a describirlo:
El primero le tocó la panza y, al verla tan grande y dura, exclamó: — ¡Este animal es igual que una pared!
El segundo le tocó la colmilla y, notando que era larga y puntiaguda, dijo: — ¡El elefante es como una espada afilada!
El tercero tocó la trompa y añadió: — ¡El elefante es alargado y redondo como una serpiente!
El cuarto intentó subir sobre una pata y la encontró gruesa como un tronco, afirmando: — ¡El elefante es como un árbol grande!
El quinto le tocó la oreja y dijo: — ¡Nadie lo adivina! ¡El elefante es como un abanico!
Los ciegos discutían acaloradamente entre ellos. Todos querían tener razón, pero todos estaban equivocados, porque solo habían alcanzado una parte del animal. Ninguno de ellos se había hecho cargo de la totalidad.
Esto sucede porque todos quieren tener la razón sin escuchar. Antes de formarse una idea completa de las cosas, es necesario escuchar. (Adaptación de una fábula indostánica)