Una vez había un vigilante del fuego. La tribu lo había elegido por sus cualidades: era valiente, honesto, sociable y, como por instinto, entendía la importancia del fuego para la tribu.
Día tras día, mantenía el fuego, seleccionando la leña minuciosamente, previniendo los días de tormenta y aprovechando los días soleados. Sabía cuándo protegerlo del viento o alimentarlo con leña seca para que no se apagara. Sabía avivarlo cuando era necesario y sabía cuándo se le podía exigir más calor, avivándolo con troncos gruesos.
Un día, de repente, se desató una tormenta horrible en aquel lugar. Nuestro amigo casi abandonó su puesto, pero sabía que los demás dependían de él y superó el peligro.
Por la noche, cuando, exhausto, regresó a la cabaña, distinguió, en la cabecera de la cama, la luz titilante de una vela.
Sobre una piedra estaba grabado este mensaje: "Homenaje a quien fue capaz de enfrentar los vientos y las tempestades y, a pesar de ello, continuó llevando la antorcha".
Nunca descubrió de dónde provenía ese mensaje, pero desde entonces supo que no estaba solo. Alguien velaba por él. Desde ese momento, nunca más sintió la tentación de abandonar su tarea.
En la tribu le dijeron: "Porta-torxa", que en su lengua significa: "Hombre de fuego".
MICHEL DUFOUR