Un hombre que vivía en la montaña decidió construirse una casa, pero resulta que después de meses, la construcción avanzaba a paso de tortuga, aunque dedicara gran cantidad de energía a clavar los clavos para unir las maderas. Nueve de cada diez veces no acertaba o se golpeaba el dedo. Cada día estaba más desanimado y cuantos más clavos golpeaba, más torcidos le salían. Al llegar la noche se sentía agotado. No sabía qué hacer.
Escuchó hablar de un famoso ingeniero que también era un maestro carpintero con gran experiencia. Tenía miedo de hacer el ridículo pero finalmente decidió consultarle. El maestro, después de pensarlo un rato, le dio estas recomendaciones:
—Primero de todo, debes asegurarte de que no seas corto de vista; por lo tanto, hazte una revisión.
—Luego examina tu brazo por si tiembla.
—A continuación, repasa las herramientas, empezando por el martillo.
—Pero, sobre todo, debes encontrar tu manera personal de dar el golpe. Es preferible no golpear tantas veces, pero cada vez con más eficacia.
—En definitiva, debes encontrar tu propio método de trabajo. Por ejemplo, comienza por los clavos más cortos y ve progresando. Primero debes analizar tus reacciones y luego aplica el método.
Después de algunos meses, la casa ya estaba terminada.
MICHEL DUFOUR