José Cottolengo (1786-1842) , Amigo de los marginados.

Era un canónigo de Turín; uno de esos locos, estilo Teresa de Calcuta, que se entregaba a lo más rechazado de la tierra: niños abandonados, enfermos incurables, epilépticos, tullidos, cancerosos, ancianos abandonados...; y tenía para ellos una mirada, una sonrisa y un pedazo de pan. Fundó una casa, cuando ya tenía 45 años, en Valdocco, un barrio de las afueras de Turín. La llamaba “la pequeña casa de la Divina Providencia”.                                 

Meterse en aquel lío era ir a la ruina completa; pero él se fiaba de la Providencia de Dios. Aquella casa era la Divina Providencia de verdad porque allí  se vivía al día,  se aceptaban todos los enfermos que llegaban, no había más previsión que la idea fija de que Dios no descuida a sus pajarillos. Aquella casita pequeña fue creciendo,  hasta hacerse enorme, y se convirtió en una empresa de caridad, la más importante de nuestro tiempo. Y todo ellos sin un euro. Aquello era un milagro todos los días. José solía decir que le banco de la Providencia no quiebra; y que lo mismo le da a Dios cuidar de 500 que de 5.000. Le parecía que ser previsor era una ofensa a Dios, que cuida de los pobres mejor que nosotros.  Murió agotado, cuando sólo tenía 56 años.