Saulo era un judío fariseo perseguidor de los cristianos. Todavía muy joven presenció la muerte a pedradas de Esteban, diácono, primer mártir de la Iglesia cristiana. Más tarde perseguía a la Iglesia, penetraba en las casas y arrastraba a la cárcel a hombres y mujeres cristianos. Lo que ocurrió un día, cuando iba a perseguir y arrestar a los cristianos, lo declaró mucho más tarde, él mismo, ante un tribunal que le estaba juzgando: “Un día yendo camino de Damasco, comisionado por los sumos sacerdotes, a medio día, vi por el camino una luz venia del cielo, más brillante que el sol, que relampagueaba en torno mío y de mis compañeros de viaje. Caímos todos a tierra y oí una voz que me decía en hebreo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo respondí: - ¿quién eres Señor? El me dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues. Yo no fui desobediente a la visión celeste. Al contrario, primero a los de Damasco, y luego a los de Jerusalén y de toda la comarca de Judea y luego a los paganos, he predicado la Palabra de Dios”.