Mientras era obispo de Venecia, quien más tarde sería el papa Juan Pablo I, visitaba de vez en cuando una residencia de ancianos. Una vez, él mismo contaba, habló con una anciana que estaba enferma:
—¿Cómo se encuentra?
—La comida está bien.
—¿Tiene frío? ¿Hay suficiente calefacción?
—No está mal.
—Entonces, ¿está contenta?
—No. Mire, estaba a punto de llorar.
—¿Por qué?
—Mi nuera y mi hijo nunca vienen a verme. Me gustaría tanto ver a mis nietos...
—Es cierto, no basta con la calefacción y la comida. Lo que cuenta es el corazón. Debemos pensar en el corazón de nuestros ancianos. El Señor nos mandó amar y respetar a nuestros padres, incluso cuando son mayores. San Pablo dijo que la caridad es el alma de la justicia. Pero yo siempre recomiendo no solo los grandes actos de caridad, sino también los pequeños.