"Jesús, José y María, que repose en paz con vosotros mi alma"

José Manyanet tuvo que soportar a lo largo de su vida innumerables enfermedades y sufrimientos, por eso la muerte no lo sorprendió. Ya estaba preparado para salir de esta casa terrenal y disfrutar para siempre del Nazaret del cielo. Un biógrafo dice que unos días antes de enfermar "se le veía con una actividad inusitada; su afecto hacia sus hijos espirituales crecía día a día". Parece que tenía intuición como si supiera que había llegado su hora y quería dejar las cosas bien ordenadas.

A principios de diciembre tuvo un fuerte resfriado con fiebre muy alta. El 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada, celebró su última misa en comunidad. Desde pequeño tenía un amor muy especial por la Virgen María. Fue providencial que precisamente en ese día comenzara a sentir la llamada del traspaso.

Poco a poco empeoró al contraer una neumonía doble. Él, a pesar de los dolores intensos, animaba a unos y otros, sonreía a todos, derrochaba amabilidad y atenciones a quienes lo visitaban. Uno de los religiosos le preguntó si quería dejarlos huérfanos y él respondió: "Si aún me necesitan, no rechazo el trabajo"... Y después de un denso silencio añadió: "Que se haga la voluntad de Dios".

Eran las siete de la mañana del día 17 de diciembre de 1901. El padre Bonaventura Mullol, su hombre de confianza, le administró el sacramento de la unción de los enfermos y le dio la comunión. El padre Secretario le acercó a los labios una cruz para que la besara.

La miró con ternura y dijo: "Jesús, José y María, que repose en paz con vosotros mi alma". El pulso del padre Manyanet se detuvo como un reloj cuando da la hora. Era la hora de un santo.

El papa Juan Pablo II lo declaró santo el 16 de mayo de 2004. Sentimos un íntimo orgullo al pensar que el titular de nuestro colegio es un santo. Es un orgullo, pero también un reto.