Con una palabra afectuosa ya me conformo

El Papa Juan Pablo I contaba una experiencia de una señora conocida que tenía en casa a cuatro hombres de quienes tenía que ocuparse: su marido, un hermano y dos hijos.

Ella, una buena ama de casa, se encargaba de hacer las compras, de lavar la ropa, de limpiar, de cocinar... Ninguno de los hombres se ofrecía nunca a echarle una mano. Un domingo, cuando llegaron a casa, los cuatro encontraron la mesa puesta como de costumbre, pero en sus platos había un montón de paja.

-¿Qué es esto? ¿Paja? —protestaron. Ella respondió con sarcasmo:

—¡Nada especial! ¡Todo está en su punto! Yo cocino la comida, yo lavo los platos que ensuciáis, yo lavo la ropa y tengo la casa limpia... Y nunca me dirigís una simple palabra de aprobación. ¡Vamos, hablad ahora! ¡Paja tenéis para comer! Mirad, no soy de piedra...

Necesitamos recordar que todos trabajamos mejor cuando nuestro trabajo es apreciado. Son los pequeños detalles los que hacen agradable la convivencia. No olvidemos que en casa y en la escuela siempre hay alguien que trabaja por amor. Es justo dedicarles una sonrisa o una palabra afectuosa.