El amor vale más que todas las penitencias

Una vez había un hombre muy austero que no comía ni bebía hasta después de ponerse el sol. Un buen día pasó por allí una de gran tamaño, que él tomó como una señal del cielo aprobando sus penitencias. En la cima de una montaña cercana, a plena luz del día, apareció una estrella de un extraño resplandor.

El hombre decidió encaminarse hacia ella, pero en su camino se cruzó una niña del pueblo que insistió en acompañarlo. Él no quería, pero al final cedió. El día estaba bochornoso y pronto tuvieron sed. El hombre animaba a la niña a beber, pero ella se negó si el hombre austero no bebía. El pobre hombre se encontró ante un dilema: por un lado, le repugnaba romper su compromiso de no beber, y por otro lado, se le rompía el corazón al ver a la niña muerta de sed. Finalmente, decidió beber y la niña hizo lo mismo.

Durante un buen rato no se atrevió a levantar los ojos por miedo a que la estrella hubiera desaparecido.

Imaginen cuál fue su sorpresa cuando finalmente se decidió a mirar hacia arriba y de repente vio dos estrellas brillantes en la cima de la montaña.