"David y su padre estaban cultivando un huerto detrás de su casa cuando, de repente, se encontraron con una gran piedra.
—¡Tenemos que quitarla! —dijo el padre.
—¡Ya lo haré yo! —respondió David, con aires de suficiencia. Empujó y empujó. Jadeando, casi se quedó sin aliento. Finalmente, admitió la derrota.
—No puedo más, ¡no puedo lograrlo!
—Yo creo que sí —dijo el padre—, pero tienes que ponerle todo el empeño.
David se esforzó aún más, pero la piedra no se movía. Estaba a punto de llorar.
—¡Papá, te digo que no puedo más! ¡Ya ves, le he dejado la piel y ni se ha movido un centímetro!
—¿Quieres decir que has puesto todo tu empeño? ¡Me parece que aún te has olvidado de pedir ayuda!
—¿Papá, quieres ayudarme?
Ambos, juntos, comenzaron a empujar. Poco a poco, la piedra comenzó a moverse. David soltó una risa de felicidad.
—¡Ahora sí, los dos lo hemos logrado!"