Jesús dijo al que lo había invitado:
—Cuando hagas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos. Ellos podrían invitarte a su vez, y ya recibirías tu recompensa. Más bien, cuando hagas un banquete, invita a pobres, inválidos, cojos y ciegos. Feliz de ti entonces, ya que ellos no tienen nada para recompensarte, y Dios te recompensará cuando resuciten los justos. Uno de los que comían con Jesús, al escuchar estas palabras, le dijo:
—¡Feliz el que se sentará a la mesa en el Reino de Dios! Jesús le respondió:
—Un hombre preparó un gran banquete e invitó a mucha gente. A la hora de la comida, envió a su siervo a decir a los invitados:
—Venid, que ya todo está listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a excusarse. El primero le dijo:
—He comprado un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego que me excuses. Otro dijo:
—He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego que me excuses. Otro dijo:
—Me acabo de casar, y por eso no puedo ir. El siervo regresó y le contó todo a su amo. Entonces el amo, indignado, le dijo:
—Sal pronto por las plazas y las calles de la ciudad, e invita a pobres, inválidos, ciegos y cojos. Después el siervo dijo:
—Señor, se ha hecho lo que ordenaste, y aún hay lugar. El amo le dijo al siervo:
—Sal por los caminos y por los campos, e insiste para que venga gente hasta que la casa se llene. Os aseguro que ninguno de los que fueron invitados probará mi banquete.
(Lucas 14, 12-24).