La familia López López i López era una familia de cinco "estrellas". En esa casa solo se conjugaba el verbo "tener". El señor López, Don Basilio, cada día se metía en la cama con un pijama subjuntivo y aplicaba el modo gramatical del optativo:
—Si yo tuviese... ¡Ojalá tenga! ¿Quién tendría o quién tuviese?...
Por la mañana, se levantaba con el cepillo de dientes del indicativo:
—Tengo una casa de doscientos metros, tengo un 16 válvulas, tengo unos terrenos en la montaña... Los hijos no se pueden quejar. Tienen de todo: una moto, equipo de esquí de marca, ordenador, vídeo, videojuegos, móvil... Pero sobre todo tienen un padre que tiene de todo, ¡que tiene un montón y medio de dinero!...
Sin embargo, los hijos sufrían interiormente, extrañaban la compañía del padre, no podían hablar sobre los problemas de la edad... El padre nunca estaba en casa, ocupado como estaba en los negocios. Un día la niña, después de hacer los deberes, esperó hasta altas horas de la noche para comunicarle una buena noticia.
—Papá, ¿sabes qué? Ya me han salido en el pecho dos pequeñas rositas.
Con la insensibilidad infinita de las cifras, Don Basilio ni se inmutó y de inmediato anotó en la agenda:
—Hoy tengo dos chalets más, dos industrias en plena producción, cinco mil acciones en bolsa y, por si fuera poco, dos pequeñas rosas en el pecho de mi hija.
Don Basilio se movía como pez en el agua en el mundo del tener y del comprar. Cuando lo visitaba alguien, mostraba con orgullo los muebles, la vajilla, los aparatos, las escrituras de última hora. Aquella casa parecía un hotel de cinco estrellas. Pero, ¡cuidado, que los hijos no rompan un plato!
Su esposa, una vez que lo vio muy afligido, se acercó para decirle con voz dulce:
—No te preocupes, me tienes a mí, amor mío.
Y él escribió rápidamente en la libreta:
—¡No había caído! También tengo una esposa, es decir, otra nómina, y además una criada...
Un día su hija, cansada de estar sola y de tener tantas cosas, esperó hasta la madrugada. Cuando llegó el padre resoplando e conjugando su verbo predilecto, ella replicó:
—Padre, me voy a una comunidad religiosa para trabajar con los pobres. Tú, padre, eres el que tiene; yo, en cambio, quiero ser el que soy. ¡Así de sencillo!
Don Basilio quedó atónito, perdió la verticalidad y se desplomó a pesar de las cinco estrellas.
Lorenzo Pedrero