La hormiga que acumulaba demasiado grano...

En el reino del cielo, dice el Señor, hay gente a la que le sucede como a esa hormiga prudente que se despertó en la primavera de la vida y, muy seria, comenzó a trabajar. Tenía miedo de la crudeza del invierno, porque, aunque no había vivido ninguno, le habían dicho que esa estación era muy dura. Por eso trabajaba para reunir grano de trigo y cebada y guardarlo pegado con migas de pan, que tapaba todas las rendijas del hormiguero. En el último rincón aún pudo encajar una semilla de girasol que pegó con un chicle, por si acaso no le quedaba suficiente migas.

Pero llegó el invierno y la hormiga buscó refugio en el nido, y no lo encontró. Todo era un enorme almacén sin ningún espacio libre donde habitar.

En el reino de los cielos, dice el Señor, a veces sucede algo similar. Hay jóvenes que quieren obtener títulos, inscribirse en cursos, aprovechar becas de estudio, aprender inglés y alemán, reunir medios técnicos, viajar por todos los países, degustar todos los platos... Pero llega un día que quieren vivir y descubrir el sentido de la vida. Quieren compartir y crear nuevas vidas con la intención de enriquecerlas con todo lo que han adquirido, pero ya es demasiado tarde. No hay lugar en su interior para encontrarse con el otro, él o ella. No les queda espacio para la ternura, el simple amor que se expresa con un sencillo "te quiero". Se quedan solos, dentro de un mundo que ya habla un lenguaje diferente. Y solo les queda empalagarse con su propio logro y morir de hastío.