Yo no mato a los héroes

Sucedió en Bélgica durante la Primera Guerra Mundial. El ejército alemán desfilaba por las calles de la ciudad de Lovaina. Una bala contra los alemanes salió de una ventana de un piso y un soldado alemán cayó muerto. El general decidió castigar a la población.

Todos los hombres de la ciudad, alineados, fueron conducidos a la plaza mayor para ser sentenciados. Uno de cada diez debía morir sin remisión. Mientras el general escribía los nombres de los condenados, uno de los hombres calculó de antemano que le iba a tocar el destino fatídico, y lanzó un grito desgarrador:

—¡No me maten, soy un padre de seis hijos!

Entonces se escuchó una voz firme cerca de él:

—¡No te matarán! ¡Yo me pongo en tu lugar!

Y se cambió por él. El oficial, efectivamente, contó:

—Diez. A morir.

Ese hombre generoso era el padre Lefevre, un jesuita muy conocido en Lovaina por su caridad y sus trabajos en favor de los obreros.

Sin embargo, la historia tuvo un final feliz. El general se enteró del hecho y dijo:

—Yo no mato a los héroes.

Y perdonó a ambos.