En una plaza muy popular de Buenos Aires, había un vendedor de globos. Vendía globos de todos los colores: blancos, verdes, rojos, azules, negros... pero nadie le compraba. Para atraer a los niños, tenía una estrategia: de vez en cuando soltaba un globo que se perdía en el cielo.
A pocos pasos de allí, había un niño de color que observaba la operación con entusiasmo pero con cierta tristeza. El vendedor soltó un globo blanco que se perdió en el aire. Después, uno verde, uno rojo, más tarde uno azul. Después de una hora, el niño de color no pudo más, se acercó al vendedor y le dijo:
—¡Escúcheme, señor! Si soltara un globo negro, ¿cree que subiría al cielo como los demás?
El vendedor lo miró con ternura, tomó un globo negro y lo soltó. El globo, como los otros, se perdió en el cielo y el niño no podía creérselo. Entonces el vendedor le dijo:
—Nunca olvides lo que te digo: los globos no suben por el color que tienen, sino por lo que llevan dentro.
*Este texto es atribuido a Martin Luther King