Lo que les contaré hoy es un cuento marino que escuché hace tiempo y que me gustó mucho.
Se trata de un pulpo pirata que vivía en las profundidades del mar y que infundía mucho miedo a todos los habitantes de esas tierras. Tan grande era el miedo que nadie se atrevía a acercarse a él, y al pronunciar su nombre, más de uno temblaba.
Como la mayoría de los piratas, Filibert —ese era su nombre— era feo, tenía muchas patas y dos ojos enormes, que eran dos agujeros sobre una gran cabeza pelada y blanquecina. Se había acostumbrado a la soledad y, además, se sentía satisfecho con su comportamiento. Le gustaba que le tuvieran miedo, ya que así lo dejaban en paz.
Y lo dejaron en paz hasta que un día una hermosa princesa, llamada Nacrada, se perdió por sus territorios. Deberían imaginarse la recepción que le hizo Filibert, de acuerdo con su carácter y actitud. Sus gritos y amenazas resonaron por todo el fondo del océano. Pero Nacrada no se inmutó, se acercó a Filibert y le dio un beso.
Desde entonces, Filibert es uno más entre los amigos, juega con ellos, se ríe con ellos y nadie le tiene miedo.