Todos hemos venido a este mundo y nacimos en una familia. Es cierto que no siempre somos completamente felices, pero amamos la vida y todo lo que Dios ha creado. Nos gusta el sol, el agua, las plantas, los animales, las flores. Nos gusta disfrutar de la vida. Y sería una lástima que todo esto un día se acabara. ¿Se imaginan una boca sin poder dar besos? ¿O unos ojos sin mirada? Dios no nos ha creado para la muerte, sino para la vida. Y la vida es como un camino que hay que recorrer y que tiene tres partes importantes.
La primera parte es la vida en el vientre de la madre. El bebé se encuentra muy bien allí, no tiene frío y está bien alimentado. Si tiene hambre, come; si quiere descansar, duerme y ya está. Un día nace. Al nacer tiene frío y hambre y toda clase de necesidades; ya no está protegido por el vientre de la madre, por eso llora cuando nace. Nacer es abandonar el vientre de la madre y venir al vientre del mundo. Tenemos una ventaja: podemos ver el rostro de la madre, sentirla, abrazarla, amarla. Porque venimos al mundo para amar.
La segunda parte es la vida en el mundo. Empieza cuando nacemos. Aquí ya saben lo que pasa, porque estamos viviendo aquí. Pero todavía falta una tercera parte.
La tercera parte es la vida en Dios. Habrán observado que para pasar al mundo hay que dejar el vientre de la madre, pues bien, para vivir con Dios también hay que abandonar el mundo. Lo que llamamos "morir" es, en realidad, pasar a vivir con Dios y para siempre. Pero recordando siempre que solo llegan a Dios aquellos que han seguido el camino que lleva hacia Él. Y este camino es amar.
Así que la muerte no existe, sino que se convierte en una puerta de entrada a la vida eterna. Por eso recordamos a los difuntos, para no olvidar que ellos ya han cumplido su misión y viven con Dios, y su vida nos da fuerza a nosotros para llegar un día a Él.