Los santos

Voy por la calle, me encuentro en una ciudad. Las ciudades tienen muchos habitantes y por todas partes hay gente: unos van a la oficina, con su maletín, otros van a trabajar al restaurante con su uniforme; aquel es bombero, el otro policía. Suelo distinguirlos por cómo van vestidos y casi nunca me equivoco. Pero me pregunto: ¿cómo puedo distinguir a los santos? Los santos no van vestidos de santo, ni llevan ninguna señal externa. Caminan por la calle como cualquiera, trabajan como todos, viven como los demás. Pero llevan a Dios dentro, nunca van solos. Hacen lo que hace todo el mundo pero lo hacen con amor, no por dinero, ni para que los demás los vean. Son normales, como todos, pero cuando hablan siempre dicen la verdad y escuchan con el corazón. Son solidarios, amables, alegres, buenos. Tienen la mirada limpia y siempre piensan bien de los demás. Y están dispuestos a ayudar a quien sea.

Se parecen a Dios. Yo creía que se pasaban la vida con las manos juntas, la cabeza inclinada y todo el día rezando. Si fueran así los habría reconocido, sin duda, pero no, ríen sinceramente y son abiertos. De santo, puede ser cualquiera siempre que se parezca a Dios.

Tú también puedes serlo. Y yo, y aquel otro. Hay más de los que pensamos.
Lo dice la Biblia. San Juan nos lo explica en un libro que se llama el Apocalipsis.