Érase una vez un jilguero, que tenía su nido en la rama de un roble, y decidió dejar de cantar para no despertar a nadie.
Los vecinos le pedían que cantara, pero les respondía: “Lo siento, lo que he prometido lo cumpliré; ya no me oireis más”.
Llegó un zorzal que se puso a cantar entre las ramas cerca sede. El jilguero al oírlo, y casi sin darse cuenta, se puso también a cantar.
Cuando el zorzal se fue, el jilguero, avergonzado, volvió a decir a los vecinos: “No voy a cantar más, lo prometo.”
En ese momento apareció una calandria que estiraba sus alas oscuras. Se instaló en el árbol y empezó a cantar.
De nuevo, el jilguero empezó a cantar, casi sin darse cuenta, olvidando su promesa.
Dos veces seguidas había faltado a su promesa.
Esto nos pasa a menudo a nosotros, que no sabemos mantener lo que hemos prometido porque nos dejamos llevar fácilmente por los demás. ¿Cuántas veces hemos prometido hablar menos en clase, ¿o molestar? ¿Lo conseguimos? ¿Por qué no?