Hoy he salido al patio. El sol de la mañana me invitaba a pasear con él para sacarme el frío del cuerpo. Es un martes cualquiera y mi escuela es única. Al fondo, los pinos vigilan la tranquilidad para que no se escape. Todo es hermoso. Todo es esperanza.
De pronto me he detenido en la pista de fútbol sala. Los chicos corren detrás de una pelota. Quizás corren detrás del sueño de ser futbolistas. El deporte es duro y exige esfuerzo, aunque sea en un patio. Entre carrera y carrera alguien chuta a portería, pero la pelota se ha desviado y le ha dado a un niño que estaba viendo el partido. ¡Qué dolor!. El niño se retuerce y llora. El que ha chutado ha seguido jugando el partido.
La verdad es que le he llamado la atención y se ha quedado extrañado.
- ¿No ha visto que le he dado sin querer?, me ha dicho casi a los gritos.
- No te riño por el pelotazo, le he contestado, sino por seguir jugando. ¿Acaso ese niño no es más importante que un gol?.
Ha agachado la cabeza y ha ido a ver al niño.
La disculpa y la atención al compañero le han devuelto al gol y a la pista.