Parece que, si queremos ser felices, tenemos que olvidarnos de que vamos a morir. Es como si la sociedad actual escondiera la realidad de la muerte. Pero lo cierto es que tenemos un origen y también caminamos hacia un fin de la vida. Asumir esta realidad es una de las claves para vivir con serenidad y paz la vida. Las bienaventuranzas, nos prometen vivir una plenitud más allá de la muerte. Para los cristianos, la muerte no es ninguna muralla donde pueda reventarse nuestra felicidad, donde todo se acaba.
Al contrario, la fe en Jesús Resucitado, abre nuestro corazón y nuestra inteligencia a un horizonte nuevo, ilimitado de participación en la vida de Dios que, no hay que olvidarlo, empieza ya aquí en esta vida. Las bienaventuranzas, por ejemplo, nos invitan a disfrutar ya desde ahora la felicidad verdadera, en un horizonte de esperanza.
Ahora estamos llamados a disfrutar de la ternura, el amor, la amistad, la intimidad, la justicia, la naturaleza, la fiesta, la alegría, al sonrisa, la paz. Toda esta pequeña felicidad es espejo de lo que tendremos después a escala infinita. Allí quedarán saciados todos nuestros deseos. Todo lo bueno y hermoso que aquí soñamos, lo tendremos allá junto a Dios.