San Mateo, Apóstol y Evangelista

Era un cobrador de impuestos y esto no le hacía muy popular entre la gente que tenía que pagar. En tiempos de Jesús, como en casi todos los tiempos,  todo recaudador, o publicano que viene a ser lo mismo, era un tipo mal visto: un ladrón, usurero, que sólo servía para explotar al pueblo. Y como, además, aquellos impuestos iban a manos del poder dominante, a Roma, pues peor todavía. Cuando a Jesús le quisieron acusar de algo malo, decían de él que andaba con publicanos, e incluso que comía con ellos. Se le acusaba de que alternaba con gente de mal ver. Pues bien, Mateo era uno de ellos.

Pero un día le vio Jesús por la calle y le dijo: “Sígueme”. Y aquel hombre que manejaba dinero, que lo podía tener todo a cuenta de los demás,  abandonó su puesto de trabajo fijo y  siguió al Señor. Mateo encontró una cosa que no había encontrado hasta entonces. Se quedó sin dinero, pero encontró la felicidad. Luego, nos contó todo eso en un evangelio precioso, el primero, escrito en la lengua de Jesús, el arameo. Un evangelio narrado con todo detalle, para que  nosotros, que no tuvimos la suerte, como él, de conocer personalmente a Jesús, podamos acercarnos a él por su testimonio escrito.