Fue el primero filósofo en lanzar un puente entre la ciencia y el cristianismo. Era un hombre fuera de serie. Amaba la verdad, como pudiera amarla san Agustín. Su camino hacia la fe fue el siguiente:
Conoció el estoicismo que era una doctrina que buscaba la felicidad por medio del ejercicio de la virtud. Aquello estaba bien. Pero un día se preguntó: ¿Por qué tengo yo que ser bueno? ¿Cuál es la razón última de mi virtud? Después siguió el Pitagorismo que buscaba en la filosofía la últimas razones del ser pero no quedó satisfecho. Y, por último el Platonismo por el que esperaba llegar pronto a la contemplación de Dios. Pero lo que realmente le cambió fue e conocimiento de los cristianos que sufrían el martirio. Aquello lo dejó desconcertado. Y empezó a defender la fe cristiana contra las doctrinas que se le estaban echando encima.
Abrió una escuela de teología en Roma. Las clases eran verdaderos debates. Era el año 150. Después preparó una obra de apología para responder a quienes se escandalizaban porque según ellos, Dios abandona a sus adoradores en el martirio. Tanta actividad por parte de Justino, a la fuerza tenía que encontrar alguna respuesta airada. Justino fue acusado de ser cristiano. Él y varios discípulos suyos fueron arrestados. Tras un juicio sumarísimo, el prefecto ordenó que los azotaran. Después los degollaron.