Padre Bueno, hoy, en cada uno de nuestros hogares y colegios, se sienten un poco más de silencio, una mezcla de tristeza y ternura, porque el Papa Francisco ha regresado a Ti.
Gracias por habernos regalado a este Papa tan cercano, que supo tocarnos el corazón con sus gestos sencillos, con su sonrisa auténtica, con sus palabras que eran caricias para el alma. Gracias por este abuelo valiente que nos enseñó que ser cristiano es más que rezar: es salir, abrazar, cuidar, y hablar claro.
Él nos recordó tantas veces que «la familia es un tesoro precioso, la escuela donde se aprende a amar y ser amado». Ayúdanos, Señor, a cuidar ese tesoro cada día, a protegerlo y valorarlo siempre. Gracias por decirnos que hiciéramos lío, pero del bueno: el lío de la justicia, de la compasión, de los sueños grandes, de las manos sucias de amar.
Te pedimos hoy, Jesús, que nuestras familias y escuelas sean lo que Francisco soñó: espacios donde reine la alegría sencilla, lugares de abrazo abierto, y refugios seguros donde nadie sea descartado.
Acompaña con tu amor a nuestro querido Francisco, que desde el cielo siga inspirándonos a vivir como él enseñó: con humildad, paciencia, y una fe llena de vida.
María, Madre nuestra, cubre con tu ternura maternal a Francisco, y también a cada una de nuestras familias, que hoy, unidas en esta oración, nos sentimos más cerca que nunca.
Dale, Señor, tu paz. Y a nuestras familias, un poquito de su fuego.
Amén.