Wilma Rudolf ganó tres medallas de oro en las Olimpiadas de Roma de 1960. Ella misma contaba la aventura de su vida:
“Ahora tengo 20 años. Cuando tenía 2 cogí la poliomelitis. Mi infancia fue muy triste. Sentada cerca de la ventana, contemplaba cómo mis compañeras corrían y jugaban. Yo no podía hacerlo y muchas veces me echaba a llorar. Cuatro veces por semana, durante cinco o seis años, mi madre me llevaba al hospital de Nashville, envuelta en una manta. Allí debía realizar largos y pesados ejercicios, que duraban meses y meses.
La gente, ante la perseverancia de mi madre, decía: "Se trastocará si un día su hija no puede correr ni jugar como las demás niñas." Hasta que... Era mayo de 1948...
Un día empecé a andar casi normalmente. ¡Qué alegría! Tanta felicidad me volvía loca. Iba y volvía del colegio corriendo hasta que no podía más. Quería volar, quería recuperar el tiempo perdido. Entonces empezaron a llamarme “gacela.”
¡Y ahora mi madre llora de alegría sintiendo cómo cien mil personas aclaman en el estadio a su hija! Mi madre era la única persona que esperaba que la niña frágil, acurrucada en sus brazos, se convirtiera en una gacela, una gacela feliz.”