El señor cuervo, todo ufano en lo alto de un árbol, sostenía con el pico un queso. Y la señora zorra, atraída por el olor, le habló de esta manera:
—¡Buenos días, señor cuervo, qué hermoso sois! No podéis imaginar cuánta envidia os tengo... ¡Si vuestro canto se pareciera a vuestras plumas, no os engaño, seríais el fénix de todos los pájaros del bosque!
Al escuchar el cuervo palabras tan halagadoras, se infló de orgullo y quiso hacer una demostración de las cualidades de su voz, abrió el pico y dejó caer el queso. La zorra con astucia le dijo:
—Debéis saber, señor cuervo, que el adulador es un parásito de aquel que se deja engañar. El precio de la lección bien vale un queso.
Avergonzado y confundido, el cuervo juró y perjuró que nunca más volvería a hacer caso de una adulación.
Jean de La Fontaine