Las riquezas no lo son todo

Una noche, dos comerciantes de joyas coincidieron en un refugio de caravanas del desierto. De reojo, cada uno observaba al otro y, mientras descargaban los camellos, uno no pudo resistir la tentación de dejar caer, como por accidente, una enorme perla, que el otro recogió y devolvió a su dueño con disimulada cortesía, diciendo:

—¡Es una perla fabulosa, sí, señor! Es una de las más grandes y brillantes que nunca he visto... —Tanta amabilidad me confunde —dijo el otro—, pero, aunque no lo crea, es una de las más pequeñas de mi colección.

Un beduino, que había visto toda la escena, los invitó a cenar. Mientras cenaban, les explicó este hecho:

—Hace un tiempo, yo también era joyero como ustedes. Un día, en el desierto, me sorprendió una tempestad espantosa. Había perdido el contacto con el séquito y quedé aislado, sin saber dónde estaba. Pasaron los días y sentí un pánico mortal al ver que había dado vueltas y más vueltas en círculo. Entonces, muerto de hambre y sed, arrojé al suelo toda la carga del camello y rebusqué por enésima vez. Imagínense mi asombro cuando encontré una bolsa que no había visto hasta ese momento. Mientras la abría, me temblaban los dedos, pensando que quizás encontraría un poco de comida. Pero tuve una desilusión terrible al ver que solo había perlas.

- Anthony de Mello