En la naturaleza hay un proceso. En otoño caen las hojas y en invierno todo está seco y parece muerto. Pero solo parece. La savia vital permanece y cuando llega la primavera nacen nuevas hojas y flores que en verano darán fruto. Si un árbol siempre mantuviera las mismas hojas y las mismas flores, no se renovaría y quedaría estéril.
Esto que vemos tan claro en la naturaleza, nos cuesta aceptarlo en nuestra vida. Hay momentos en los que, humanamente hablando, todo nos va bien: estamos "llenos de hojas y flores". Y quisiéramos que esta situación se mantuviera siempre así.
Pero, si vienen dificultades, cuando empezamos a "perder hojas y flores", nos cuesta aceptarlo. Creemos que es un mal, que es un hecho negativo.
Pero no es así. Las dificultades nos ayudan a crecer y madurar. Para dar fruto en la vida, es necesario pasar por etapas sucesivas de muerte y resurrección. No hay otro camino de crecimiento, como nos muestra la vida de Cristo.
No debemos asustarnos si el cielo se nos nubla y se tambalean las cosas en las que confiábamos: la salud, el trabajo, el dinero, el prestigio, las influencias, las personas que nos rodean... Ni debemos angustiarnos porque tengamos fracasos y decepciones. Dios sabe sacar bienes de los males: del fracaso de la cruz, sacó la salvación de la humanidad.
La palabra de Dios anuncia a veces la destrucción de muchas cosas caducas, pero también nos anuncia la permanencia de la salvación de Jesús y de los valores de su Reino. ¿Por qué no vivimos con más esperanza?
P. LLUÍS ARMENGOL I BERNILS, S.J.