Los señores que nos habían visitado se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar. Os decía que nos habían regalado una especie de resina amarga para recordarnos que en la vida, a veces, pasamos momentos menos agradables. Pues bien, eso nos pasó a nosotros. Como sabéis, Herodes era un rey de nuestro país y, cuando se enteró de que había nacido un niño que sería famoso, intentó deshacerse de él. Nosotros, que no queríamos perder a Jesús por nada del mundo, tuvimos que huir a Egipto para protegerlo. Nos fuimos de noche, con los alimentos que nos habían dado los pastores y el oro de los reyes para poder pagar nuestros gastos. Fueron unos cuantos días de viaje por el desierto. Fue muy duro, pero Dios estaba con nosotros y eso nos daba fuerza. Y además teníamos la sonrisa de Jesús, que era lo que más nos importaba.
Cuando llegamos a Egipto, la buena gente de allí nos acogió muy bien y siempre les estaremos agradecidos. Ahora pienso en tantos inmigrantes que vienen de otros países y que se sienten solos. Y recuerdo que nosotros también fuimos inmigrantes y que fuimos bien recibidos. Por eso os pido que recibáis a todos aquellos que han dejado su tierra para buscar un futuro mejor.