Bueno, continúo mi relato..Quedamos ayer en que habíamos llegado a Belén y, como cosa de magia, empecé a sentir que la hora del nacimiento de mi hijo estaba muy cerca. Después de un buen rato buscando un lugar donde establecernos y de ser rechazados por mucha gente, encontramos un establo. “Aquí estaremos bien”, dijo José, a pesar de que el establo se las traía, con su miseria y su desnudez. Eso a nosotros no nos importó demasiado y eso que el momento era bastante delicado. Como mínimo teníamos un refugio del frío y del viento y no estábamos en la calle.
Y fue allá precisamente, en aquel mísero establecimiento, que, en la paz de una noche llena de estrellas, di a luz a mi hijo.
Yo me quedé extasiada mirando al crío. No sabría explicar todo lo que sentía en mi interior. Una alegría maravillosa, una paz inmensa... Aquel establo era para mí como el Paraíso. Porque el Paraíso es cualquier lugar en que Dios se encuentra. Y Dios estaba allí, chiquito y tembloroso, cercano, mío y de todos los hombres de buena voluntad. Pero ya continuaré otro día con mi relato.