Si preguntara a cualquiera de vosotros, seguro que sabríais de qué María hablo. De la madre de Jesús, por supuesto. Porque estamos en el mes de Mayo y porque Marías hay muchas, pero María no hay más que una. Como la madre.
María es un nombre que suena a mar, a agua, a azul infinito, a risa y a sal, a muchacha sencilla y pobre y buena, dispuesta a obedecer y a callar.
María es el silencio paseando por el desierto de Nazaret y del mundo. Y no pasea sola. Pasea con Jesús adentro, en el vientre y en el alma. Su camino viene a los hombres que somos nosotros, para que nos parezcamos a ella y para darnos a su hijo. María está llena de gracia y de hijo, de Dios y de nosotros.
María y el pan en la mesa recién puesta. Y la sopa y la merienda a punto. Y el olor a sábana limpia y a alma blanca.
María es vuelo y paloma y primavera de Dios; o sea, Dios que se hace rosa en el jardín de su vida. Y madre de Jesús, repito. Y madre nuestra.
María es Mayo y venid y vamos todos con flores a María.
Y este es su mes. Para nosotros.