Lo que importa es vivir

Hace unos años, fui a Bariloche, al sur de Argentina. Desde allí, en un pequeño barco, viajé hacia la isla Victoria, un lugar privilegiado lleno de árboles de todos los colores. En el camino, me detuve en un bosque de pinos canadienses, gigantes, magníficos. El sol permanecía oculto entre las altas ramas y era difícil verlo. La mirada se perdía antes de llegar a las copas de los árboles y, de vez en cuando, algún grupo de turistas se agarraba de las manos para saber cuántas personas se necesitaban para abrazar los troncos.

Me detuve frente a un árbol que había crecido entre los gigantes. La figura de su tronco era diferente. Surgía desde la base de un pino y había hecho una curva enorme hasta llegar a un pequeño agujero donde tocaba el sol. Allí extendía sus ramas verdes, satisfecho pero desfigurado. Quedé asombrado. Su forma era fea, pero había logrado lo que quería: la luz.

Nadie lo admiraba, y más bien parecía como si estropeara un paisaje maravilloso de arrogantes pinos que ignoraban su presencia porque se creían superiores. Pero él estaba allí y estaba vivo. Y me pareció feliz, porque lo que importa no es la forma sino la vida.

Ahora, después de un tiempo, lo recuerdo de nuevo. Pienso que las personas deberíamos ser como él. Siempre hay alguien que puede parecernos insignificante, medio perdido en la selva de la vida, entre hombres que caminan sin verlo. O quizás en la clase, o en casa. Pero el esfuerzo de la lucha diaria hace que encuentre el sol que le corresponde, sin dar importancia a lo que digan o piensen. Porque lo que importa no es ser más o menos, sino la luz, la búsqueda de Dios, la vida, la honestidad del esfuerzo. Y la meta, que está, precisamente, un poco más allá de los troncos.