Después del nacimiento de Jesús, aquella misma noche, vinieron unos pastores que estaban cuidando sus rebaños por allí cerca. La verdad es que se portaron muy bien con nosotros y nos trajeron de todo: miel, leche, queso. Incluso alguno nos dejó un corderillo. Pero eso no fue lo más gordo.
Al cabo de unos días, se nos presentaron unos señores bien vestidos, con sus servidores y todo. Traían camellos y venían de muy lejos según nos dijeron. Entraron en la cueva, se arrodillaron delante del niño y le ofrecieron regalos: oro, que ya sabéis lo que es, incienso que se quema en las iglesias y hace un humo oloroso que llega hasta el cielo y mirra, que es una especie de resina oriental muy amarga y que nos recordó a todos los días que iban a venir más adelante, pero eso os lo contaré mañana.