El camino de Belén

Ahora que me fijo, con todo lo que os estoy explicando, pensaréis que me he olvidado de José, pero no.
José esperaba el día del nacimiento de Jesús con mucha ilusión. Pero antes, os diré que mi país, Palestina, formaba parte del gran Imperio Romano. En aquella época el emperador se llamaba César Augusto. Era un emperador curiosón, que quería saber cuánta gente tenía bajo su mando, así ordenó que se hiciese el censo de todos los habitantes. Todos debíamos ir a Jerusalén a empadronarnos, a inscribir nuestro nombre en las listas oficiales. En Palestina, los judíos debían ir, cada uno al lugar de su nacimiento. Como José era de Belén, nos pusimos en movimiento hacia allá.
Belén era una ciudad montañosa de la región de Judea y estaba lejísimos de Nazaret, donde vivíamos. A decir verdad, el viaje no me hacía mucha gracias, entre otras cosas por el estado en que me encontraba, pero no hubo más remedio. Recuerdo que tuvimos que caminar un montón hasta que, finalmente, llegamos a Belén. Pero eso ya os lo explicaré otro día.