Si yo fuese una persona que sabe muchos idiomas y me expresase con facilidad ante la gente, pero no los amara, sería falso conmigo mismo y con ellos.
Si fuese un chico simpático y atractivo, con la sonrisa fácil en los labios y con facilidad para encontrar mil maneras de que se divirtieran, pero no les amara, no me serviría de nada.
Si fuese capaz de repartir todas mis cosas y dejar jugar a todos con mi pelota y compartir los lápices con todos los de mi clase, y dar mucho dinero para los que sufren hambre, pero no los amara, me encontraría vacío y triste por dentro.
Si yo pusiese al servicio de todos las cualidades que tengo, y fuese respetuoso y educado, pero no los amara, les estaría engañando, porque todo lo haría por fuera, pero sin sentirlo adentro.
Porque el que ama tiene paciencia y es bondadoso; no se enfada nunca ni tiene envidia de nadie, ni es presumido ni orgulloso, ni grosero ni egoísta, ni se alegra mintiendo, sino que es feliz diciendo la verdad. Además confía en todos, los disculpa a todos y no sólo a sus amigos y aguanta incluso las bromas que no le gustan. El que ama no piensa en sí mismo, sino en aquellos que lleva en su corazón.
(Adaptación de 1ª Corintios, cap. 13)